La vida pasa más rápido de lo que parece y un día, de ir a la casa de la abuela para Navidad, empezás a ir a la de tus padres o tíos. Y de pronto, otro día, estás siendo anfitrión de las Fiestas en tu propia casa: sea para recibir a la familia clásica, a la elegida o a los amigos, la decisión es una aventura que se supera con ingenio y organización.
Invitar es estresante siempre, pero también es un gesto íntimo y generoso. Sin lugar a dudas, la mejor virtud de un anfitrión es hacer que los invitados estén cómodos y para lograr eso, tenemos que estar a gusto, relajados. Lo importante es no parecer agobiado, y para no parecerlo, tenés que no estarlo. Si no, el resto va a percibirlo y va a sentir una vaga sensación de culpa e incomodidad.
Entonces, cada decisión –de menú, de invitados, de mandados– hay que tomarla teniendo esto en mente: ¿soy capaz de hacer todo esto y no quedar al borde del colapso? ¿Voy a quedar transpirada y despeinada, incómoda a las 21hs?
A la hora del menú, por otra parte, nunca elijas recetas que no hiciste hasta ese momento y que se salen de tu zona de confort. Recordá que el punto clave es no estresarse. Eso implica repetir platos fáciles, vistosos y deliciosos. ¿Un consejo? Que el horno esté apagado: nada debería ser horneado en el momento.
El sistema de buffet o autoservicio es el que más te permite compartir esa noche con la familia. A tener en cuenta: para esta época hay excelente calidad de frutas como higos, duraznos, damascos, melones. También hay buenos productos para preparar ensaladas y tablas de picada.
Además, siempre funciona que otros aporten cosas a la mesa: especialmente para aquel que estuvo cocinando, dan ganas de probar sabores distintos a los propios. Y conviene comprar todo lo que se pueda una semana antes.
Nunca están de más los tips para ser un buen invitado: un pequeño arte satisfactorio que no requiere demasiado de nosotros. Son sencillamente gestos. Se trate de una reunión elegante, con copas y champagne, o de un encuentro cálido en el balcón, con cerveza y amigos.
Primero que nada: si no vas a ir, avisá con tiempo. En lo personal, cuando tengo que suspender algo a último momento soy absolutamente consciente de que es espantoso. La culpa me acompaña más de lo que querría.
¿Qué llevar? Una botella siempre está bien, aunque no es necesario gastar mucha plata. Llevar hielo es un gran aporte, porque en general termina faltando, especialmente cuando la temperatura supera los 30 grados, como suele ocurrir en esta fechas. Incluso dedicarle tiempo a preparar una playlist pensada para la ocasión, pensando es los gustos de todos, es un gran detalle que denota que se tiene en cuenta a los demás.
Evitemos llegar con hambre (una fruta antes de salir evita atracones) y llevemos un tupper, para no dejar al anfitrión sin ninguno.
Si llevás comida, que sea algo que no requiera calentarse, para que aquel que te invita no tenga que dejar de hacer cosas a fin de atender a tus requerimientos. Tiene que ser algo práctico: helado es bárbaro, pero si el freezer está lleno, el helado delicioso que vamos a comer en tres horas, es un problema. Con lo cual, eso se tiene que hablar de antemano con el dueño de casa.
Un rico queso, puede ser una opción, y cerezas, ni que hablar. En mi caso, al que cae con cerezas y hielo lo pongo en la lista de todas las fiestas futuras.
Obviamente, colaborá con la levantada de mesa, lavá las copas, ordená algo, aunque te digan que no. Rechazá esa primera o segunda negativa y hacelo igual. Hace poco, una amiga me contó que, después de una fiesta en su casa, decidió encarar finalmente a la cocina y descubrió que un amigo que se había quedado hasta tarde había limpiado todo. Un gesto así, demuestra amistad eterna y desinteresada.
Un plus actitudinal: si sos invitado amigo de la casa y hay amigos nuevos, cuñados nuevos, etcétera, sé esa persona que se ocupa de hacer sentir cómodos a los nuevos en la manada. Incorporá a quien esté solo o, si sos vos, metete en un grupo. Las Fiestas son los afectos, por algo estás ahí.
Seas anfitrión o invitado, con el tema de la bebida todo depende hasta cierto punto de la edad. Es decir: de muy joven, el emborracharte te hace ver inmaduro y seguramente te van a juzgar o a mirar un poco mal. En tus últimos 20 o 30, ya más maduro, unas copas te sueltan y quién te dice, podés ser el alma de la fiesta deshinibirte y animarte a contar buenas historias. Eso sí: ojo en pasarte cuando estás más grande, porque emborracharte te puede poner lento, irritable o repetitivo.
Entonces, a la hora de beber, la medida justa para cada uno y siempre estar hidratados: por cada vaso de alcohol, uno o dos de agua.


