China protesta porque necesita exportar más, no menos. México actúa porque necesita producir más, no solo importar.China protesta porque necesita exportar más, no menos. México actúa porque necesita producir más, no solo importar.

La complicación china

Hay una asimetría comercial que no siempre se ve: la de México con China.

México importará este año alrededor de 130 mil millones de dólares de productos chinos y le venderemos unos 12 mil millones de dólares.

Para México las importaciones provenientes de China representan aproximadamente un 20 por ciento del total. Pero, para China las exportaciones que realizan a México no superan el 3 por ciento del total de las efectuadas por China.

Por eso, la inconformidad de China frente a los nuevos aranceles aplicados por México a países con los que no existe tratado de libre comercio hay que dimensionarla.

Aunque desde Pekín se ha acusado a México de adoptar medidas proteccionistas y de alterar las reglas del comercio internacional. Pero, no hay que confudir la narrativa y el discurso a la dimensión real de los hechos.

Los datos ayudan a entender el trasfondo. China enfrenta una desaceleración persistente de su demanda interna. El consumo avanza con debilidad, la inversión en activos fijos sigue en terreno negativo y el sector inmobiliario continúa siendo un lastre. Como documentó recientemente el Wall Street Journal, las ventas minoristas crecieron apenas 1.3 por ciento anual en noviembre, mientras la inversión inmobiliaria cayó casi 16 por ciento. No es una mala racha coyuntural: es un ajuste estructural que todavía no encuentra piso.

En ese contexto, el sector externo se ha vuelto crucial. China cerró los primeros once meses del año con un superávit comercial récord cercano al billón de dólares. La manufactura china está produciendo más de lo que su mercado interno puede absorber y necesita colocar ese excedente en el exterior. De ahí la sensibilidad extrema ante cualquier medida que limite su acceso a mercados relevantes.

México es uno de ellos. De acuerdo con cifras de comercio internacional, México se ubica entre los diez principales destinos de las exportaciones chinas a nivel mundial. En 2024, el valor de los envíos chinos hacia nuestro país rondó los 90 mil millones de dólares, una cifra que ilustra la magnitud del vínculo. Para China, México no es un mercado marginal: es una pieza clave tanto por su tamaño como por su papel en las cadenas productivas de América del Norte.

Por eso los aranceles recientemente aprobados —aunque formalmente aplicables a todos los países sin acuerdo comercial— se interpretan en Pekín como un mensaje dirigido, en los hechos, a Asia y particularmente a China. No se trata solo del costo adicional, sino del precedente: si México comienza a cerrar compuertas, otros mercados emergentes podrían seguir el mismo camino.

En la mañanera de este lunes, Marcelo Ebrard defendió la medida como parte de una estrategia de política industrial, orientada a proteger a sectores nacionales y a fortalecer la posición de México de cara a la revisión del T-MEC en 2026. El argumento no es menor. En un entorno de creciente escrutinio por parte de Estados Unidos sobre el origen de las importaciones, México busca enviar una señal de alineamiento y, al mismo tiempo, ganar margen de negociación.

Aquí es donde aparece la oportunidad. El encarecimiento de ciertos productos importados puede abrir espacio para sustituir importaciones, atraer inversiones productivas y fortalecer cadenas industriales locales. Sectores como autopartes, metalmecánica, plásticos, textiles o electrodomésticos podrían beneficiarse si el ajuste se maneja con inteligencia y gradualidad.

Pero también hay costos que no deben ignorarse. Aranceles mal calibrados pueden traducirse en mayores precios de insumos, presiones inflacionarias y fricciones con socios comerciales relevantes. El reto será quirúrgico: proteger sin aislarse, impulsar industria sin encarecerla.

China protesta porque necesita exportar más, no menos. México actúa porque necesita producir más, no solo importar. Entre ambas urgencias se abre una ventana estratégica. Aprovecharla dependerá menos del arancel y más de la capacidad para convertir esa barrera en una palanca de desarrollo industrial. El riesgo está en creer que basta con subir tarifas. La oportunidad, en saber qué hacer después.

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