PARIS.- Observando con atención la actual tectónica de placas geopolíticas, ya se pueden percibir las portentosas convulsiones que estremecerán al mundo en las PARIS.- Observando con atención la actual tectónica de placas geopolíticas, ya se pueden percibir las portentosas convulsiones que estremecerán al mundo en las

La rivalidad geopolítica evoluciona hacia un relevo de civilizaciones

2025/12/31 11:05

PARIS.- Observando con atención la actual tectónica de placas geopolíticas, ya se pueden percibir las portentosas convulsiones que estremecerán al mundo en las próximas décadas. Con la formación de un nuevo equilibrio multipolar -dominado por Estados Unidos, China y Rusia- las antiguas rivalidades estratégicas e ideológicas dejaron paso a ese nuevo diseño de dominación imperial expuesto por Samuel Huntington a partir de 1993, primero en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs y luego en su famoso libro El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, donde profetizaba los desgarros que acechaban al mundo tras el final de la guerra fría y la ruptura de la precaria bipolaridad que había garantizado la paz entre las grandes potencias desde 1945.

Este fenómeno es el resultado concreto del formidable despegue de China; el repliegue ineluctable de Rusia al rango de potencia intermedia -provocado por su frustración en la guerra de Ucrania- y el zigzagueo estratégico de Estados Unidos desde que Donald Trump accedió por primera vez a la Casa Blanca, en 2017.

En 1993 Huntington invitaba a recapacitar sobre una nueva interpretación de las relaciones internacionales después de la reorganización de la URSS, el incipiente desplazamiento del centro de gravedad mundial del Oeste hacia el Este y la emergencia de nuevas potencias. Esos tres fenómenos tendrían como consecuencia una dispersión del poder económico y el surgimiento de nuevos polos de influencia. Denigrado hasta el final de su vida, 17 años después de su muerte parece haber comenzado el reconocimiento de su teoría.

Algunos movimientos de las grandes potencias sobre el tablero internacional, sumados a las teorías de los exégetas del post-imperialismo, aparecen como una reivindicación póstuma de las conjeturas de Huntington. La guerra cultural, los conflictos y las profundas transformaciones que caracterizaron el orden geopolítico y geoeconómico en los primeros 25 años de este siglo, derivaron en una forma relativamente novedosa de convulsiones que presagian un “choque de civilizaciones”. Los principales puntos en común entre los tres polos que rivalizan por la supremacía mundial son las reivindicaciones de expansión, la nostalgia imperial y el revival de valores morales y religiosos que, hasta hace poco tiempo, parecían definitivamente extinguidos.

China es donde mejor se percibe la actual tectónica de placas. Después de haber superado el llamado siglo de humillaciones, ese país –que era uno de los más pobres del mundo hasta los años 1980–, se modernizó a una velocidad sin precedentes en la historia de la humanidad al punto de convertirse en menos de 50 años en primera potencia económica del mundo y de poner en peligro la supremacía de Estados Unidos. Desde que accedió al poder en 2013, el nuevo presidente imperial Xi Jinping alude en cada discurso a la larga historia de su país, y opone la fuerza de una “civilización milenaria” a los valores universales occidentales. Uno de los principales pensadores del régimen, Zhanhg Weiwei, argumenta que el éxito actual de China y su modernización reposa en “opciones civilizacionales” opuestas a los valores de Occidente y postula un orden internacional más equitativo de los equilibrios mundiales. Ese modelo alternativo de poder encandila a países del Tercer Mundo que accedieron a la anhelada categoría de potencias emergentes gracias a las nuevas tecnologías, el control de materias primas críticas y un prodigioso despegue económico favorecido por la estampida demográfica del último medio siglo.

La guerra cultural que diseña Zhanhg Weiwei adopta entonces el perfil de una clara oposición entre universal y civilizacional, global e identitario, conceptos que trascendieron las fronteras nacionales para convertirse en marcadores de fracturas a escala internacional.

En Moscú esa concepción no sorprende. Vladimir Putin desarrolla una visión del “choque de civilizaciones” inspirada, en particular, en la teoría de Samuel Huntington, pero adaptada a su propia ideología expansionista y conservadora. Rusia, a su juicio, encarna un Estado-civilización único, portador de valores tradicionales, cristianos y conservadores, en oposición a un Occidente percibido como debilitado, liberal y en avanzado proceso de decadencia moral. Esta teoría le sirve para justificar una política exterior agresiva, como la anexión de Crimea y la guerra en Ucrania, presentadas como acciones de defensa de la civilización rusa contra la influencia occidental. Se basa en la idea de que esas civilizaciones son incompatibles y que Rusia debe afirmarse como un polo de resistencia frente a Occidente, promoviendo un modelo alternativo basado en la soberanía, la tradición y el rechazo de los valores universales “impuestos por Occidente”. La interpretación de Putin se fundamenta, en gran parte, en las doctrinas anti-occidentales teorizadas por Alexandre Duguin, Lev Goumilev y –en particular– por Aleksandre Panarin, promotor de una concepción “civilizacional” de Rusia.

China, única superpotencia que mantiene los ojos abiertos mientras se agrava la ceguera estratégica de Estados Unidos, busca aprovechar las profundas fisuras que desgarran el sueño imperial de Putin. Algunos think tanks apelan a prepararse para el previsible colapso de ese territorio de 7 millones de km² que resultará del derrumbe económico, el boicot occidental, la corrupción generalizada y el descontento popular provocado por la guerra con Ucrania. Pekín, según un politólogo citado por la plataforma china NetEase, “no puede ignorar la oportunidad que ofrece ese escenario y debe aprovechar el debilitamiento militar en el Lejano Oriente ruso” para apoderarse de esa región extremadamente rica en recursos que constituyen una parte significativa de las reservas nacionales de Rusia. La idea sería evitar una acción militar que “provocaría un aislamiento internacional, como en el caso de Crimea” y adoptar una estrategia “más inteligente” y pacífica para apoderarse de esa región fría y escasamente poblada, que Rusia no es capaz de gestionar eficazmente. El exmilitar Igor Girkine (también conocido como Igor Strelkov), figura emblemática de la corriente Z, advierte que China “se prepara con anticipación” para hacer frente a una fragmentación generalizada de la Federación Rusa, como ocurrió en los periodos 1916-1917, y después de la Revolución en 1920-1930 o en 1980-1990 tras el derrumbe de la URSS. Ese proceso va a comenzar “rápidamente”, pronostica.

Donald Trump sin duda no lo sabe, pero la actual tectónica de placas geopolíticas evoca, como una alegoría, la deriva de continentes y la tectónica que fragmentó el supercontinente Pangea, hace unos 200 millones de años, y terminó provocando la creación del Océano Atlántico y la separación de Eurasia de América del Norte. La nueva doctrina de seguridad que publicó su gobierno el 5 de diciembre amplió la fosa ideológica y cultural entre Estados Unidos y Europa, seguida de una agresiva ofensiva de los sectores más radicales del movimiento MAGA (Make America Great Again) que “podría conducir a una ruptura” de la Alianza Atlántica y un realineamiento de planetas entre las tres grandes potencias, según Bruno Tertrais, uno de los mayores expertos en seguridad internacional.

Esta vez, esa colisión de imperios no se definirá solo en el campo de batalla. Las premisas de este choque -que será más bien un relevo de civilizaciones- ya se están desarrollando en varios niveles en el llamado “tablero de Yalta”, que admite la presencia de tres jugadores.

Especialista en inteligencia económica y periodista

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