La fotografía del encuentro en Washington es elocuente: Donald Trump, Mark Carney y, al centro, Claudia Sheinbaum, con las banderas de México, Estados Unidos y Canadá alineadas detrás. México ocupa el centro de la imagen; la bandera estadounidense, el centro del fondo. La escena oficial habla del sorteo del Mundial 2026. La escena de fondo, de poder. Para entender cómo le fue a Sheinbaum en su primer cara a cara con Trump conviene mirar esa escena con una historia larga detrás. La Doctrina Monroe nació en 1823, cuando James Monroe advirtió que cualquier intento europeo de colonizar o intervenir en el hemisferio occidental sería “peligroso para nuestra paz y seguridad”. Se presentó como defensa de las nuevas repúblicas latinoamericanas, pero pronto se convirtió en el principio con el que Estados Unidos reclamó una esfera de influencia sobre “su” hemisferio. Dos siglos después, Trump decidió actualizar ese principio. El 2 de diciembre de 2025 firmó el mensaje America 250 y anunció el Trump Corollary: el pueblo estadunidense —“no naciones extranjeras ni instituciones globalistas”— controlará su destino “en nuestro hemisferio”. La Estrategia de Seguridad Nacional retoma esa lógica: hemisferio occidental como prioridad, migración y cárteles como amenazas, aranceles y despliegues militares como instrumentos. En ese marco se produjo el encuentro de Washington. No hubo anuncio sobre el T-MEC ni sobre el levantamiento de aranceles; tampoco, y esto importa, nuevas amenazas. La migración —el tema que podía haber dominado la conversación— quedó en segundo plano frente a tres ejes: Mundial, comercio, cooperación en seguridad. El mensaje final fue continuar el trabajo a nivel técnico. El contexto doméstico también cuenta. A finales de 2025, Sheinbaum mantiene niveles de aprobación altos: distintas encuestas la sitúan por encima de 70% en México. Trump, por su parte, se encuentra por debajo de 40% en Estados Unidos. Sheinbaum eligió una estrategia de contención. Evitó que la reunión se convirtiera en escenario de presión pública sobre México, preservó los canales de diálogo y reforzó un mensaje sencillo: México como socio necesario, no como problema. En lugar de confrontar en la escena, se apoyó en dos recursos: su posición en América Latina y su estilo de liderazgo. Hoy es la única mandataria de izquierda al frente de una de las principales economías del continente que puede sentarse con Trump con esa combinación de peso económico, interdependencia comercial y respaldo ciudadano. El estilo también importa. Frente a una estrategia de seguridad que habla de “narcoterroristas” y contempla despliegues militares en el Caribe y América Latina, Sheinbaum ha reiterado su rechazo a la presencia de tropas estadounidenses en México y ha optado por reforzar la cooperación en inteligencia y aplicación de la ley desde instituciones mexicanas. En la fotografía, esto se traduce en una figura central que viste un diseño mexicano de color violeta entre dos trajes oscuros: una forma de afirmar diferencia sin romper la escena. La reunión en Washington no altera la estructura que describen el Corolario Trump y la Estrategia de Seguridad Nacional: Estados Unidos seguirá considerando al hemisferio su prioridad y a México como pieza clave de su respuesta. Pero tampoco la refuerza con un gesto de castigo público. Si el punto de partida es noviembre —el asesinato de Carlos Manzo, la marcha de la Generación Z, el paro de agricultores y transportistas y la presión creciente sobre su gobierno—, a Sheinbaum le fue mejor de lo que muchos esperaban: una sola frase fuera de lugar podía reforzar la imagen de una presidenta a la defensiva. En vez de eso, el encuentro la devolvió a su terreno de ajedrecista: interlocución institucional, estabilidad y control del mensaje. No cambió las reglas del juego, pero evitó que se endurecieran y ganó algo que algunas lecturas precipitadas habían puesto en duda: tiempo y margen para seguir negociando bajo la larga sombra de la Doctrina Monroe. Columnista: gustavo.riveraImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0La fotografía del encuentro en Washington es elocuente: Donald Trump, Mark Carney y, al centro, Claudia Sheinbaum, con las banderas de México, Estados Unidos y Canadá alineadas detrás. México ocupa el centro de la imagen; la bandera estadounidense, el centro del fondo. La escena oficial habla del sorteo del Mundial 2026. La escena de fondo, de poder. Para entender cómo le fue a Sheinbaum en su primer cara a cara con Trump conviene mirar esa escena con una historia larga detrás. La Doctrina Monroe nació en 1823, cuando James Monroe advirtió que cualquier intento europeo de colonizar o intervenir en el hemisferio occidental sería “peligroso para nuestra paz y seguridad”. Se presentó como defensa de las nuevas repúblicas latinoamericanas, pero pronto se convirtió en el principio con el que Estados Unidos reclamó una esfera de influencia sobre “su” hemisferio. Dos siglos después, Trump decidió actualizar ese principio. El 2 de diciembre de 2025 firmó el mensaje America 250 y anunció el Trump Corollary: el pueblo estadunidense —“no naciones extranjeras ni instituciones globalistas”— controlará su destino “en nuestro hemisferio”. La Estrategia de Seguridad Nacional retoma esa lógica: hemisferio occidental como prioridad, migración y cárteles como amenazas, aranceles y despliegues militares como instrumentos. En ese marco se produjo el encuentro de Washington. No hubo anuncio sobre el T-MEC ni sobre el levantamiento de aranceles; tampoco, y esto importa, nuevas amenazas. La migración —el tema que podía haber dominado la conversación— quedó en segundo plano frente a tres ejes: Mundial, comercio, cooperación en seguridad. El mensaje final fue continuar el trabajo a nivel técnico. El contexto doméstico también cuenta. A finales de 2025, Sheinbaum mantiene niveles de aprobación altos: distintas encuestas la sitúan por encima de 70% en México. Trump, por su parte, se encuentra por debajo de 40% en Estados Unidos. Sheinbaum eligió una estrategia de contención. Evitó que la reunión se convirtiera en escenario de presión pública sobre México, preservó los canales de diálogo y reforzó un mensaje sencillo: México como socio necesario, no como problema. En lugar de confrontar en la escena, se apoyó en dos recursos: su posición en América Latina y su estilo de liderazgo. Hoy es la única mandataria de izquierda al frente de una de las principales economías del continente que puede sentarse con Trump con esa combinación de peso económico, interdependencia comercial y respaldo ciudadano. El estilo también importa. Frente a una estrategia de seguridad que habla de “narcoterroristas” y contempla despliegues militares en el Caribe y América Latina, Sheinbaum ha reiterado su rechazo a la presencia de tropas estadounidenses en México y ha optado por reforzar la cooperación en inteligencia y aplicación de la ley desde instituciones mexicanas. En la fotografía, esto se traduce en una figura central que viste un diseño mexicano de color violeta entre dos trajes oscuros: una forma de afirmar diferencia sin romper la escena. La reunión en Washington no altera la estructura que describen el Corolario Trump y la Estrategia de Seguridad Nacional: Estados Unidos seguirá considerando al hemisferio su prioridad y a México como pieza clave de su respuesta. Pero tampoco la refuerza con un gesto de castigo público. Si el punto de partida es noviembre —el asesinato de Carlos Manzo, la marcha de la Generación Z, el paro de agricultores y transportistas y la presión creciente sobre su gobierno—, a Sheinbaum le fue mejor de lo que muchos esperaban: una sola frase fuera de lugar podía reforzar la imagen de una presidenta a la defensiva. En vez de eso, el encuentro la devolvió a su terreno de ajedrecista: interlocución institucional, estabilidad y control del mensaje. No cambió las reglas del juego, pero evitó que se endurecieran y ganó algo que algunas lecturas precipitadas habían puesto en duda: tiempo y margen para seguir negociando bajo la larga sombra de la Doctrina Monroe. Columnista: gustavo.riveraImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

Sheinbaum, Trump y la larga sombra de la Doctrina Monroe

2025/12/08 17:10

La fotografía del encuentro en Washington es elocuente: Donald Trump, Mark Carney y, al centro, Claudia Sheinbaum, con las banderas de México, Estados Unidos y Canadá alineadas detrás. México ocupa el centro de la imagen; la bandera estadounidense, el centro del fondo. La escena oficial habla del sorteo del Mundial 2026. La escena de fondo, de poder.

Para entender cómo le fue a Sheinbaum en su primer cara a cara con Trump conviene mirar esa escena con una historia larga detrás. La Doctrina Monroe nació en 1823, cuando James Monroe advirtió que cualquier intento europeo de colonizar o intervenir en el hemisferio occidental sería “peligroso para nuestra paz y seguridad”. Se presentó como defensa de las nuevas repúblicas latinoamericanas, pero pronto se convirtió en el principio con el que Estados Unidos reclamó una esfera de influencia sobre “su” hemisferio.

Dos siglos después, Trump decidió actualizar ese principio. El 2 de diciembre de 2025 firmó el mensaje America 250 y anunció el Trump Corollary: el pueblo estadunidense —“no naciones extranjeras ni instituciones globalistas”— controlará su destino “en nuestro hemisferio”. La Estrategia de Seguridad Nacional retoma esa lógica: hemisferio occidental como prioridad, migración y cárteles como amenazas, aranceles y despliegues militares como instrumentos.

En ese marco se produjo el encuentro de Washington. No hubo anuncio sobre el T-MEC ni sobre el levantamiento de aranceles; tampoco, y esto importa, nuevas amenazas. La migración —el tema que podía haber dominado la conversación— quedó en segundo plano frente a tres ejes: Mundial, comercio, cooperación en seguridad. El mensaje final fue continuar el trabajo a nivel técnico.

El contexto doméstico también cuenta. A finales de 2025, Sheinbaum mantiene niveles de aprobación altos: distintas encuestas la sitúan por encima de 70% en México. Trump, por su parte, se encuentra por debajo de 40% en Estados Unidos.

Sheinbaum eligió una estrategia de contención. Evitó que la reunión se convirtiera en escenario de presión pública sobre México, preservó los canales de diálogo y reforzó un mensaje sencillo: México como socio necesario, no como problema. En lugar de confrontar en la escena, se apoyó en dos recursos: su posición en América Latina y su estilo de liderazgo.

Hoy es la única mandataria de izquierda al frente de una de las principales economías del continente que puede sentarse con Trump con esa combinación de peso económico, interdependencia comercial y respaldo ciudadano.

El estilo también importa. Frente a una estrategia de seguridad que habla de “narcoterroristas” y contempla despliegues militares en el Caribe y América Latina, Sheinbaum ha reiterado su rechazo a la presencia de tropas estadounidenses en México y ha optado por reforzar la cooperación en inteligencia y aplicación de la ley desde instituciones mexicanas. En la fotografía, esto se traduce en una figura central que viste un diseño mexicano de color violeta entre dos trajes oscuros: una forma de afirmar diferencia sin romper la escena.

La reunión en Washington no altera la estructura que describen el Corolario Trump y la Estrategia de Seguridad Nacional: Estados Unidos seguirá considerando al hemisferio su prioridad y a México como pieza clave de su respuesta. Pero tampoco la refuerza con un gesto de castigo público.

Si el punto de partida es noviembre —el asesinato de Carlos Manzo, la marcha de la Generación Z, el paro de agricultores y transportistas y la presión creciente sobre su gobierno—, a Sheinbaum le fue mejor de lo que muchos esperaban: una sola frase fuera de lugar podía reforzar la imagen de una presidenta a la defensiva. En vez de eso, el encuentro la devolvió a su terreno de ajedrecista: interlocución institucional, estabilidad y control del mensaje. No cambió las reglas del juego, pero evitó que se endurecieran y ganó algo que algunas lecturas precipitadas habían puesto en duda: tiempo y margen para seguir negociando bajo la larga sombra de la Doctrina Monroe.

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Excelsior2025/12/08 18:42
Pequeñez

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Cuando uno busca el significado de la palabra caudillismo encuentra que éste es un “sistema político y social centrado en un líder carismático, en el que el caudillo ejerce un poder fuerte y personalista, a menudo autoritario, basándose en su prestigio y apoyo popular, más que en las instituciones o leyes, y que fue muy prominente en América Latina tras las independencias, caracterizándose por el paternalismo y la concentración de poder”. Las “habilidades personales”, tales como el carisma y la narrativa, son la clave con la que estos personajes movilizan seguidores, para presentarse desde una perspectiva “paternalista”, como protectores de los “legítimos intereses” del pueblo y “perseguir el bien común”, sin obstáculos legales. Regularmente se aprovechan (e incluso generan) contextos de inestabilidad, en el que la debilidad de las instituciones les permite actuar como “mediadores entre el Estado y el pueblo” —incluso por encima de ambos— para colocarse en el centro del ejercicio de un poder unipersonal. La historia del México independiente está llena de perfiles de hombres que en su momento se consideraron indispensables para la misma subsistencia del Estado. Sujetos que hicieron todo lo posible por acceder al poder y, una vez en él, quisieron mantenerlo, aun a costa de la propia República. De entre todos, destaca Antonio López de Santa Anna, el general de división que ocupó la Presidencia en once ocasiones y seguramente el más conocido (controvertido y repudiado) de todos. Acostumbrado a aprovecharse de la enorme división imperante en México, Santa Anna entró y salió del poder, aclamado en un principio, odiado al final de su vida. En momentos de crisis, regresaba como el líder capaz de restaurar el orden y defender la integridad nacional. Desde su hacienda llamada El Lencero tomó distancia para calcular y afinar su exacerbado pragmatismo; pasó de realista a insurgente, de federalista a centralista, así como de liberal a conservador. Más que por sus virtudes (que también las tuvo), el veracruzano es recordado por su apego al poder, por su oportunismo, por su afición a la propaganda personal y por no reconocer responsabilidad alguna ante sus desatinos como gobernante.  Recordemos que existe un patrón de comportamiento, un subtipo del trastorno narcisista de la personalidad, conocido como “síndrome de Hubris”, el cual se caracteriza por el egocentrismo desmedido, el desprecio por los demás, las aspiraciones mesiánicas y el aislamiento de la realidad. Este síndrome tiende a presentarse con mayor fuerza especialmente cuando la persona abandona su posición de poder. Quienes sufren esta anomalía tienen una enfermiza “identificación con la nación, el Estado y la organización, hasta el punto de considerar que su perspectiva e intereses son idénticos”. Al mismo tiempo, creen que “en lugar de rendir cuentas a la sociedad, el tribunal al que realmente deben responder es a la historia”.  Sirvan estas reflexiones frente al momento que vive el país. Hoy que a los ojos del mundo entero se ha desnudado la terrible corrupción de muy relevantes actores políticos, con gravísimos temas como el “huachicol fiscal”, junto con escandalosos amasiatos entre criminales y autoridades, vale la pena dudar de las razones reales por las que alguien convoca a defender a México (su democracia, soberanía o su propia estabilidad).  Quien en lugar de reconocer responsabilidades o posibles fallas durante su mandato arenga a la sociedad para proyectarse como un supuesto “salvador” de la patria, lo hace más para proteger sus intereses individuales o de grupo que para lograr el bien común. Acude a esa cultura caudillista, que se aprovecha de las relaciones clientelares, de la división imperante, de la necesidad de un sentido de identidad colectiva. Lo hace también, bajo un entendimiento torcido de la realidad. Recuerda a Santa Anna, quien incluso buscó ser nombrado “su alteza serenísima”. Se ubica entre quienes no los distingue la “grandeza”, sino la más infinita pequeñez. Ha llegado el momento de que México inicie un profundo cambio de su cultura política. De transitar del apego a los caudillos, a un nuevo momento donde una amplísima colección de liderazgos en todos los rincones del país tejan una nueva realidad de congruencia, basada en la consciencia, la compasión, la colaboración, el coraje y la civilidad. Un momento de una sociedad dueña de su destino, sin que un personaje en lo individual busque lucrar ni agandallarse su destino. Por cierto, sería grandioso que la primera Presidenta de México encabezara esta necesaria transición. Columnista: Armando Ríos PiterImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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Excelsior2025/12/08 17:28