Evo, Maduro, Petro y Díaz-Canel son integrantes de la internacional narcomunista, al que llamo el Cártel de las Sillas. Se cuidan entre ellos, especialmente, evitan que se ponga al descubierto el entramado de flujos con el que operaron la más temible red de lavado de dinero. No sólo burlaron exitosamente todo control electoral, sino que aseguraron rutas, zonas y albergue, a las ahora imbatibles organizaciones trasnacionales que hacen de la soberanía un mal chiste.
La historia pone a todos en su sitio y a cada movimiento su nombre. El tabasqueño dijo que le gustaría como nominación el de humanismo mexicano, cuando su proceder es drásticamente incompatible con tal concepto. Destruyó todo cobijo de los derechos fundamentales del ser humano.
Ya hemos señalado que, sabiéndolo o no, escogieron la palabra bienestar, cuando la traducción literal de tal palabra es suástica.
¿Sí sabían o no que Hitler impulsó como identificador de su ataque racial el mote T4?, tampoco es ya relevante. Lo claro es que no sólo rebasó por la derecha lo más abyecto y ruin que tuvieron los partidos antes dominantes, sino que ahora ya comienza a ser comparado con autócratas desprestigiados internacionalmente.
Tardará algún tiempo antes de que se pongan a la vista de todos los oscuros vínculos que tendió con dictadores que lograron el poder gracias a las mañas, dominio territorial y, sobre todo, dinero del crimen organizado. Evo, Maduro, Petro y Díaz-Canel son integrantes de la internacional narcomunista, al que llamo el Cártel de las Sillas. Se cuidan entre ellos, especialmente, evitan que se ponga al descubierto el entramado de flujos con el que operaron la más temible red de lavado de dinero.
No sólo burlaron exitosamente todo control electoral, sino que aseguraron rutas, zonas y albergue, a las ahora imbatibles organizaciones trasnacionales que hacen de la soberanía un mal chiste. Por algo tienen cerca, muy cerca, a la familia del defenestrado Pedro Castillo. Él sabe que su vida pende de un hilo, por eso calla.
La soberanía implica la no existencia de un poder insumiso en el territorio que se gobierna. Hoy, la serpiente muerde su cola, ya que no acepta ser bicéfala. Hasta ahora, los cárteles no han tomado partido y, al parecer, dejan a los políticos darse de puñaladas, dado que no afecta, aún, el negocio.
El combustible robado, contrabandeado o vendido por debajo de la mesa duele en el bolsillo de políticos, sí, de hoy y de antes.
Convenientemente, hoy domina la agenda pública. No advirtieron que pondrían en evidencia a funcionarios que lo hacen posible, pero ya no hay raje.
Tarde o temprano llegarán decisiones en las que la refriega emprendida en contra del fentanilo, por presiones externas, haga que algunos capos sientan que han sido traicionados. Se harán presentes y es ahí donde comenzará a crujir la estructura. Hundir lanchas no pondrá fin al tráfico, será hasta que se decidan a poner atención a los oscuros ductos que llegan y salen de la isla cuando Washington comience a ganar la guerra. Pasó con Hitler y Stalin, perdieron lealtades cuando las arcas comenzaron a vaciarse, sí, cuando se dijo que no había para todos. El poder concentrado se desmoronó porque está hecho de miseria.
El gobierno que postula Morena tiene algo en común con el comunismo, se integra verticalmente y hace, de una sola figura, la fuente de todo el poder, ante la cual todos se hincan y ruegan. Da y quita, sin leyes ni tribunales, sus órganos parlamentarios son vulgares tinglados en los que se escribe, sumisamente, la verdad revelada desde arriba. Tal sino es el que hoy enfrenta a quienes están en el poder. Estar con el de antes o con la de ahora, ése es el dilema.
Stalin, Hitler, Mao y Castro dejaron el poder hasta que murieron. A Mussolini y Ceaucescu tuvieron que ayudarles. Todos hicieron daño mientras vivieron. La transformación es el opio del pueblo y todo parece indicar que, aún, los apoyos electoreros pesan más que la dignidad de quienes votan. O, al menos, es lo que la poderosa estructura del acta o plomo decreta cada elección.


